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¿Qué quiere decir “centrado en las personas”?
 

eye-263433_1280Por Andrés Lalanne

Dice Koldo Saratxaga que cuando pregunta a un empresario qué es lo más importante en su empresa, la respuesta que recibe usualmente  es: “son las personas”.

Koldo, creador del Nuevo estilo de Relaciones del País Vasco, pregunta entonces: ¿Y qué proporción de tus horas de labor dedicas a las personas? Luego de un silencio el empresario suele confesar que no son muchas.

 

Esta costumbre de hablar de organizaciones centradas en las personas corre el riesgo de convertirse en otra declaración “politicamente correcta”. Y esto es dramático porque es una afirmación que sería maravilloso que fuera cierta. Muchas veces se la dice sin haber reflexionado en profundidad sobre lo que significa. Y esto pasa  con las empresas, pero también en la economía, en la educación, en la medicina y en otras actividades. Evidentemente, si fuera verdad otra sería la realidad que nos tocaría vivir.

 

El problema es que poner las personas en el centro no es fácil ni puede lograrse con sólo proponerlo. Principalmente porque cada uno de nosotros es persona, y con frecuencia nos atrae ponernos en el centro.

 

Pero, ¿qué es ser persona?

 

Es pertenecer a la especie humana (homo sapiens), a un territorio, a una comunidad, y a una familia. Es ser un sujeto, un ser complejo, a la vez  físico y espiritual. Se trata de la  única especie animal que se pregunta sobre si misma.  Este componente espiritual, trascendente, de los humanos es muy relevante. Nos obliga a respetar las convicciones y las creencias de los demás, por extrañas que nos resulten. Porque convertir en absolutas, superiores y excluyentes nuestras creencias produjo los excesos, las persecuciones y el exterminio de los “herejes” en el pasado.   

 

Existe una confusión entre el concepto de persona y el de individuo. Poner el individuo (quienquiera que sea) en el centro, posibilita el liderazgo ciego y el seguimiento fanático que tanto dolor causaron a la humanidad en toda su historia. Algunos liderazgos actuales, especialmente en los países más poderosos, se acercan bastante a ese modelo tan peligroso.

 

Ante esto se levantó el personalismo, con la figura central de Emmanuel  Mounier (1905-1950), una corriente muy influyente en su época que concibe al ser humano como un ser relacional, social y comunitario, libre, trascendente y con un valor en sí mismo, lo que impide considerarlo como un objeto que es posible manipular. Se enfrentaba a los modelos colectivistas y totalitarios que dominaron buena parte del siglo XX. La concepción personalista se reconoce en los derechos humanos proclamados universalmente en 1948; derechos  que corresponden a todas las personas, sin discriminación alguna.

 

¿Cómo lograr algo tan dificil?

 

Con total sinceridad, porque debemos reconocer que en la práctica no tratamos igual a todas las personas. Una cosa es incluir a todos, que está muy bien, y otra es tratarlos con igual respeto. No con un trato formalmente respetuoso, sino con amor. A todos. Esto es muy difícil porque tendemos a no valorar a los pobres, a los menos dotados, y a los que vemos como diferentes.

Y debemos estar atentos, porque puede tratarse de una operación instrumental, de una representación. Como ejemplo, esto puede pasar en el mundo cooperativo  cuando el equipo directivo se maneja sin respetar el espíritu del cooperativismo, pese a que formalmente cada persona tiene el mismo poder de voto.

 

Poner a la persona verdaderamente en el centro es un proceso de humanización creciente.  Es un ideal, no un protocolo a cumplir. Requiere desde su concepción tener un proyecto de desarrollo humano, de participación activa desde la base. Requiere que las jerarquías, que en el paradigma social tradicional están en la cima del poder: maestro, profesor, directivo de empresa, médico, gobernante, acepten tratar con todos los actores de su entorno en un plano de igualdad humana. Si lo hacen con convicción, desde el “no poder” o sea sin ejercer la simple autoridad, ello les permite construir una nueva legitimidad de su accionar. Esto sin mengua de apreciar y reconocer su esfuerzo, su responsabilidad,  y el legítimo ejercicio de la autoridad, pero siempre enfocados a dignificar las relaciones con las personas.

 

Con todas las personas y con toda la persona.  

 

Este es el humanismo que debemos cultivar, el que pone en el centro el destino de todos, y junto a ello el destino de la biodiversidad que puebla nuestro planeta. Un humanismo que guie siempre nuestros actos, no una práctica ocasional, programada.   

Andrés Lalanne

 

 

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